martes, 30 de marzo de 2010

Pesadilla de sangre

Sucedió cuando tenía solo dieciséis años, no pensé que llegase a trascender tanto en mi historia. En aquel tiempo en que me encontraba aún en el Viejo Mundo, no creía absolutamente en nada sobrenatural, ni siquiera en la existencia de ese Dios tan venerado a mi alrededor. Pero ciertas cosas sucedieron. Nunca imaginé los lugares que recorrerían mis pies varias décadas más tarde, siempre escondido en la sombra, bajo la luz de la Luna; y mucho menos imaginé que terminaría mi existencia recluido en una mansión rodeada de pantanos, en compañía de los animales nocturnos y los susurros de la noche, al otro lado del orbe.
Mi nombre es Marcus. Fui el primogénito de un noble barón de Inglaterra. Pero mi ilustre familia hace ya mucho tiempo que se perdió de los anales de la historia. De su vieja casa solo quedan los escombros, o tal vez algún edifico moderno en su lugar, quién sabe. Aunque la verdad no me interesa, eso no es importante ahora, lo importante es la historia que estoy dispuesto a contaros.
Por aquel entonces vivía aún en la mansión de mi padre, lord Bennett, una magnífica casa situada en el centro de Londres, mi amada y añorada ciudad, pues como era costumbre en las familias ilustres, mi enseñanza básica era impartida por un tutor, un hombre que nunca olvidaré, fue él quien forjó en mí un inagotable interés por la historia y la lectura, y me inculcó además ciertas ideas liberales que conservé por toda la eternidad. Aún recuerdo aquellas charlas filosóficas sobre el bien y el mal, sobre la verdadera moral humana, sobre las mentiras infundidas por medio de reglas y dogmas inviolables, escondidas tras los prejuicios de la sociedad. Pero en fin… eso tampoco es importante ahora.
No conocía muchos chicos de mi edad debido a mi lujosa prisión, no obstante, no puedo decir que fuese un ser solitario, pues cada cierto tiempo visitaba la lujosa mansión del conde de Lekker, con cuyo hijo, Alexandro, trabé una gran amistad desde muy pequeño. Además, muy a menudo visitaba a Rosaleen, mi hermosa prima Rosaleen. ¿Dónde estás, mi princesa de cabellos castaños y ojos grises? ¿Dónde te escondes que no pudo encontrarte? Añoro estar contigo, ahora más que nunca, al final de todo. Pero no debo dejar que la nostalgia y la melancolía se alberguen en mi oscuro corazón, nublando la razón, al menos no en este momento, necesito concentrarme para poder escribir.
En ese entonces ya había ocurrido el sueño, y lo había escrito en mis cuadernos más íntimos, guardados con recelo en mi habitación. Recordaba la mansión en llamas, los terribles aullidos sobre un cementerio cubierto de bruma, el chico de largos cabellos negros que encuentra su muerte en un pequeño pueblecito, lejos de su casa, envuelto en una historia poblada de las más terribles criaturas de la noche. Y toda la pesadilla giraba en torno a una hermosa vampiresa de cabellos dorados, la cual desde mucho antes invadía mis más profundos pensamientos, cuando aún era un niño. Ella se convirtió en mi amor platónico, y la historia que a su alrededor se cernía, era mi más sincera ambición. Y por esa razón fue que lo escribí, tomé apuntes de aquel extraño sueño, mi deseo. ¿Quién me iba a decir que sucedería de veras?
He aquí lo que escribí poco después de haber ocurrido los hechos que deseo narrar, para no olvidar lo sucedido:

Hace exactamente un mes que visité el campamento de los gitanos, a las afueras de la ciudad, acompañado de mi gran amigo Alexandro. Y bajo la sombría carpa, el sujeto, de largos bigotes y piel muy morena, me dijo ciertas cosas del pasado que nunca creí que persona alguna supiera jamás, como mis recientes amoríos con mi prima Rosaleen. Y lanzando unas cartas sobre la mesa previó parte de mi futuro, mi entrada a una de las más prestigiosas universidades de la época, los buenos amigos que encontraría tras sus puertas, y una serie de viajes alrededor del mundo que me harían conocer maravillas increíbles. Realmente muy interesante, mi futuro era envidiable en verdad. Pero no fue por eso que mi concepto materialista de la vida cambió, fue por lo ocurrido después.
Algo inesperado sucedió en la última carta que giró sobre la mesa, mesa adornada con velas y repleta de amuletos, supuestamente mágicos. Mientras expulsaba el humo de su pipa y hacía un rezo a los espíritus, yo esperaba la respuesta con impaciencia, moviendo los pies de un lado para el otro, mientras me frotaba las manos sudorosas.
— Esta carta… —dijo el gitano con cierta duda y temor— no sé si decirte o no, muchacho, está muy… feo, y mis seres no se equivocan. Esta carta es La Muerte. Vas a morir pronto, dentro de unos años, y no precisamente muchos.
Con aquellas palabras mi corazón se detuvo, fue la sensación más desagradable que hube sentido jamás. Yo, por supuesto, no creía en nada relacionado con lo magia, pero fue verdaderamente fuerte aquel presagio de muerte, incluso para un materialista ateo como yo, una posición cada vez más frecuente entre los jóvenes intelectuales de mi época. Pero pronto retomé la cordura, convenciéndome a mí mismo que aquello no podía ser sino una simple superstición sin sentido.
— Necesito algo más que una simple carta para creer semejante cuento —le dije con prepotencia al señor, que ahora recogía las barajas tiradas sobre la mesa.
Entonces fue cuando el ser pasó por su cuerpo, como llaman comúnmente los gitanos a esa clase de posesión.
Los ojos se le salieron de sus órbitas, tornándose blancos. La mesa comenzó a temblar, los vasos de agua cayeron al piso, y una voz gruesa y espectral brotó de sus labios, una voz como nunca antes la había escuchado, muy profunda, que perforaba mi cuerpo y consumía mi alma aterrada. El hombre se inclinó con lentitud hacia adelante y me sonrió diabólicamente, mostrándome unos pocos dientes sucios y picados.
— Tú no crees en nada. Por demasiado tiempo has vivido negando el Más Allá, Marcus. Mi nombre es Argón. Caminé hace cientos de años por la tierra tal y como hoy en día lo haces tú. Pero pronto abandonarás esta miserable existencia. ¿Quieres una muestra de mi poder? Yo te la voy a dar. Toma ese cuchillo y perfora estas carnes poseídas.
Yo obedecí sin chistar, estaba muy asustado, y con todas mis fuerzas intenté traspasar la piel del pobre brujo, pero me fue imposible. Su piel era como el acero, ni siquiera cedió un poco ante la fuerza sobrehumana con que yo arremetía los golpes. ¿Qué demonios significaba aquello? ¿Magia? Sin duda alguna.
— Serás malvado, Marcus Bennett. Tu porvenir es la sangre, tu futuro es la muerte. Morirás en seis años.
La blancura de los ojos del hechicero desapareció, y sus pupilas negras afloraron nuevamente a la superficie, tranquilizándome un poco, sin embargo, aún no paraba de temblar. El hombre se incorporó muy sofocado, y me sonrió satisfecho, el espíritu se había marchado, estábamos solos. A continuación arregló la mesa, sin pronunciar palabra alguna.
— ¿Qué quiso decir con que mi porvenir es la sangre, que moriría en seis años? —le pregunté retomando el control de mi voluntad— ¿Qué rayos quiere decir con que mi futuro es la sangre? Imagino que se refiera a mi muerte.
— Estas revelaciones ahora sin sentido pronto lo tendrán, y comprenderás todo. Interpreta lo que te dijo el espíritu y sácale provecho. Tú querías verme para creer, para tener fe… y te pregunto, ¿ahora crees?
— Por supuesto que sí, ahora creo más que cualquier fanático religioso. Creo en tus muertos, en Dios, en la caterva de santos, ¡ahora creo en todo!
— No debes creer ciegamente en las cosas, muchacho, sé razonable. Cuando yo era joven tampoco respetaba nada, ni siquiera las tradiciones de mi pueblo, pero claro, eso fue hasta el día en que los seres comenzaron a hablarme.
— ¿Cuánto te debo? —le pregunté metiendo mi mano en los bolsillos.
— Dame lo que quieras.
Y dejé caer sobre la mesa varios peniques.
Esa noche no logré dormir, pero ya a la siguiente me sentía mejor, y a la semana me encontraba como si nada hubiese ocurrido. Mi ateísmo había disminuido notablemente, aunque aún me costaba creer en ese Dios cristiano al cual le rezaba la mayor parte de la población, y menos aún en Jesucristo, demasiado bueno para ser real.
Pero vamos a los acontecimientos que deseo describir. Acostumbraba a acompañar a mi padre en sus visitas de negocios, especialmente cuando era a la gran mansión del conde de Lekker, no muy lejos de mi casa. Estas visitas, generalmente nocturnas, me brindaban la oportunidad de jugar al ajedrez con Alexandro, ambos devotos de ese magistral juego, y a veces incluso con el mismísimo conde, famoso por su gran habilidad.
Recuerdo mis largas pláticas con mi gran amigo acerca de esos monstruos chupasangre que tanto llegamos a amar. Pasábamos horas analizando poemas e historias sobre hombres o mujeres que se alzan de la tumba durante la noche para yacer con los seres amados que dejaron atrás. Eran historias cargadas de erotismo, magia, envueltas en un ambiente oscuro y de misterio. Incluso a veces creábamos nuestros propios poemas sobre castillos medievales y hermosas vampiresas que arrastraban a un joven desprevenido a su fatídica muerte.
Esa noche caminábamos los dos por el patio de la gran mansión, admirando las maravillas de la noche, contemplando un magnífico cielo estrellado, y una deslumbrante Luna llena brillando en todo su esplendor. ¡Cuánto me hubiera gustado en aquel momento escuchar el aullido de un lobo! Estoy obsesionado con la idea de lo sobrenatural. Cuando era ateo añoraba que existieran tales cosas, y ahora que creo en algo lo añoro aún más. ¿Cuántas veces en mi cuarto, acostado sobre la cama, he pensado: si yo fuese un vampiro? Pero aquella noche, mi forma de pensar, mi materialismo escéptico, comenzaba a renacer en mí, quizás debido a la molesta risa de mi compañero, que se burlaba de lo que para él, fue una simple invención mía. Me refiero a mi incidente con el gitano. Y es que Alexandro se quedó afuera, y no presenció lo que yo vi dentro de aquel lugar. Ahora sus molestas carcajadas me traían de vuelta al mundo real, haciéndome dudar de lo que vieron mis propios ojos.
Era pasada la media noche. Alexandro se había retirado al interior de la casa para hacer sus necesidades. Yo me quedé deambulando por el jardín, escuchando con atención el cantar de los pájaros nocturnos, el aletear de las lechuzas sobre mi cabeza. ¡Me encanta la noche, envuelta en tantos susurros! Y es que las tinieblas, iluminadas por las estrellas, desde siempre causaron en mí un efecto relajador, una especie de éxtasis emocional Miré al cielo y contemplé la Luna llena una vez más, perfectamente redonda, iluminando mi rostro.
Pero algo sucedió entonces, escuché una voz dentro en mi cabeza, la cual me obligó a voltear la vista hacia unos arbustos.
« Marcos »resonó en mi cerebro«, acércate a mí, no te haré daño ».
Avancé sobre el empedrado que se extendía en esa dirección, temeroso de la creciente oscuridad, pues no existía una sola farola que alumbrase mi camino. Marché muy lentamente, perdiendo quizás la noción del tiempo.
De repente una silueta humana se materializó en medio de la noche.
« Acércate »escuché de nuevo en mi cabeza.
Yo obedecí sin chistar, fascinado. Unos ojos azules surgieron de las tinieblas, y sin darme cuenta, pronto me encontré paralizado, mirándolos, hechizado con su magia. ¡Cuán bellos eran! ¡Ojos de bruja! Aquellas pupilas del color del mar me llevarían a la perdición como si pertenecieran a una vil serpiente… ¡pero me gustaban!
Me detuve justo frente a ella, y entonces la vi, la mujer pálida de largos y hermosos cabellos rubios; pero no logré distinguirla muy bien, solo recuerdo su voz, su mágica voz, y eso porque años después la volví a escuchar en la que se convirtió en mi última noche como mortal.
Una oración surgió en mi mente: Eres una diosa.
— Tengo sed —dijo la hermosa mujer y hundió sus colmillos en mi cuello, lentamente, disfrutándolo… y yo me dejé.
Primero sentí un intenso dolor, una molestia inaguantable, pero que poco a poco se fue transformando en placer, sí, un placer exquisito que me recorrió las venas. Nunca imaginé que la sensación de tenerlas vacías me causara tanto… éxtasis, por así decirlo. Le sonreí a la muerte, y a ella le encantó mi entrega y valentía.
« Seré un vampiro »pensé.
Escapé de sus brazos y desperté tirado en el patio, muy débil por la pérdida de sangre. Me levanté mientras me sacudía el polvo y revisé mi cuello sin hallar marca alguna que probase lo ocurrido. Sin embargo… me pareció tan real.
Escuché la voz de Alexandro vociferando mi nombre, tras lo cual le contesté, haciendo un gran esfuerzo. Mi amigo llegó corriendo a donde estaba yo, con una sonrisa en su rostro, un poco sofocado.
— Por un momento pensé que te habían comido los vampiros —dijo y me dio un pequeño golpecito en el hombro, riéndose de mi cabello desgreñado.
— Yo también, mi estimado amigo, yo también…
A la mañana siguiente desperté en mi casa ardiendo en fiebre. Algo realmente muy extraño. Volví a palpar mi cuello, pero nada, todo no fue más que un sueño, un extraño sueño, sin embargo, percibí cierta molestia bajo la piel. Mandé a llamar a mi madre, la cual se pasó todo el día atendiéndome, como tanto me gustaba. Cabe decir en este momento que una de mis principales características es ser un holgazán de primera, en todo el sentido de la palabra.
Llegó al fin el crepúsculo, mi hora preferida. Pero esa noche me acosté muy temprano, me sentía demasiado cansado debido a la fiebre de la mañana, que para ese entonces ya había desaparecido. Ahora recordaba el extraño suceso de la noche anterior rodeado en una bruma de dudas, por lo cual ya me había convencido de que se trató de un simple sueño.
Desperté en la madrugada y me dispuse a ir al baño, mi vejiga estaba por reventar. Me levanté de la cama, prendiendo una vela situada a un lado. Entonces advertí algo realmente insólito, algo que me obligó a temblar de miedo. Alguien se encontraba leyendo mis manuscritos, sentado en mi escritorio. La misma mujer de cabellos rubios de mi sueño ahora se aparecía en mi casa, y se dedicaba a leer mis más íntimos escritos. No pude evitar un gemido, tras lo cual ella volteó y me miró con sus bellos ojos azules. Luego… desapareció.
« Marcus »escuché dentro de mi cabeza.
Sentí una ligera brisa alrededor de mi cuerpo, y luego la sensación de un beso en mi mejilla, seguido por el sonido de un portazo, pero en aquella habitación nada se había movido, o al menos mis ojos soñolientos no lo percibieron. Un silencio perturbador se extendió a mi alrededor. Era yo el único ser vivo en aquellas cuatro paredes. Tomando un poco de valor, caminé hacia mi escritorio, sobre el cuál caían lentamente unos papeles sueltos.
Y surgió de mis manuscritos la misteriosa Isabelle, esa vampiresa de piel blanca y cabellos rubios que vivía en las cercanías de un pequeño poblado francés, y de la cual estaba perdidamente enamorado, orgulloso de mi creación. No recuerdo nada más sobre esa noche, dejé los papeles en su lugar y me volví a dormir. Solo fue otra pesadilla.
No le otorgué importancia a lo ocurrido, pero volvió a suceder al día siguiente, esta vez de forma confusa, nublada, como un verdadero sueño. Entonces decidí visitar a ese gitano que unas semanas atrás me hizo creer por primera vez en la magia de este mundo, escondida para los ojos escépticos de los que moran en él.
Alexandro me acompañó al campamento, pero no aceptó entrar conmigo a la tienda del adivino, pues a pesar de su escepticismo, siempre le ha temido miedo a esa clase de cosas. Por lo tanto, entré solo, y se repitió la misma historia una vez más.
Me senté frente al sujeto en la mesa repleta de velas, vasos con agua putrefacta y amuletos rarísimos, y tras arrojarme el humo de su pipa en el rostro, me habló con cierta inquietud, algo que me resultó incómodo. En sus ojos se reflejaba un miedo sin explicación, miedo que corrió por el aire hasta llegar a mi alma, aterrándola aún más. Tragué en seco, preparándome para lo peor.
— Alguien te está visitando, ¿cierto?
— Así es —casi tartamudeé—. ¿Cuándo me dejará en paz?
— Ya lo hizo, fue a tu casa una sola vez y se marchó por un tiempo.
— ¿Pensaba que eran sueños?
— Es un sueño, una pesadilla, pero ya te dejó en paz. Marcus, no tienes por qué preocuparte más. Eres libre… por ahora.
— ¿Pero quién es la mujer de mis sueños? ¿Quién es ese ángel de cabellos rubios que me inspira amor y horror al mismo tiempo?
— Es la Muerte, Marcus, fuiste visitado por la Muerte en persona. Pero recuerda, son solo sueños, y los sueños, sueños son…
No me ha sucedido de nuevo, esa pesadilla se marchó para siempre y creo que nunca más volverá. Dejo esto por escrito para que no se me olvide nunca, como sucede con la mayoría de los sueños. Creo que al final todo no fue más que el producto de mi mente, una mente que deseaba una experiencia sobrenatural, una experiencia con una vampiresa imaginaria, de la cual me había enamorado ciegamente, convirtiéndose en mi amor platónico. Y para ser franco, la verdad es que me gustaría volver a pasar por eso, volver a soñar con sus ojos azules, sentir sus labios rozar mi piel, sus colmillos perforar mi cuello, disfrutar la succión de sangre, y sentirme las venas vacías… otra vez.

Marcus Bennett
En una noche de insomnio
Londres, verano de 1809

Nunca imaginé que lo ocurrido en aquellos lejanos días de mi juventud marcara mi vida para siempre, fue hace mucho tiempo y aún lo recuerdo a la perfección. Yo simplemente pensé que se trataba de un sueño, de una pesadilla de sangre.

Marcus Bennett
A sus 97 años de muerte
Miami, Florida, 1911

domingo, 7 de marzo de 2010

El Vampiro


La pálida figura de traje negro y sombrero de fieltro se detuvo de repente, para sentarse sobre un banco del parque desolado, mirando a su alrededor con aquellos ojos, tan bellos como el azul del mar, pero tan traicioneros como este.
La noche cayó sobre las sombrías calles de la ciudad, envuelta en una bruma espesa y tenebrosa, que ocultaba las numerosas criaturas nocturnas. En lo alto del cielo se dibujaban un sinnúmero de nubes, formando extrañas formas, y entre ellas, la majestuosa e inmensa Luna llena, brillando con todo su esplendor en medio del firmamento.
Los pájaros nocturnos volaron en desbandada, seguidos del chillido de una lechuza, allá sobre la farola, contemplando el frágil roedor que corría bajo esta, preparándose para el ataque. Más alto, sobre ambos, un grupo de murciélagos comenzó a aletear, volando desde lo alto de la torre hasta un árbol cercano.
La pálida figura observó a la lechuza cuando esta se dejó caer en picada hacia el pavimento, a toda velocidad, para terminar atrapando al pequeño y aturdido ratón, tras lo cual movió sus enormes alas y levantó el vuelo, hacia la rama de otro árbol.
La niebla crecía más y más con cada minuto, con cada segundo, con cada instante, en aquel sombrío lugar desprovisto de vida alguna. Pero entonces la pálida figura escuchó algo, aunque escuchar no es la palabra adecuada, más bien lo sintió, lo percibió a través de sus sentidos mejorados. El corazón del hombre palpitaba con fuerza, acercándose lentamente hacia la extraña entidad, encorvada sobre la banca, ahora olfateando el aire. Y el olor a sangre humana era tan tierno, tan delicioso, que no pudo reprimir una maquiavélica sonrisa, tras pasarse la lengua por los labios. ¡Ho, sí! Aquella sangre era buena, muy buena.
El rojo líquido se movía por el cuerpo a una velocidad perfecta, ni muy rápido ni muy lento, proporcionándole al muchacho una considerable energía y fuerza. Y la entidad lo sabía, lo supo desde antes de ver al chico pasar frente a ella, mirándola con ojos recelosos, con un poco de temor debido a su cruel mirada, mezclada con la oscuridad de la noche.
El muchacho no debía sobrepasar los veinte, pero eso bien poco le importaba a aquel extraño sujeto de rostro pálido y sonrisa mezquina, que ahora mostraba parte de sus facciones a la luz de la Luna, allá en el cielo sin estrellas, sin esperanzas.
A continuación se levantó de su banco, contemplando primero que todo el entorno existente a su alrededor, estudiando los susurros de la noche, el sonido de los pájaros, el aletear de los murciélagos sobre su cabeza, los picotazos de la lechuza en el cuerpo desgarrado del ratón, ya sin vida. ¡La noche era un espectáculo magnífico, una melodía para los dioses!
Pero la melodía tiene un final. El principio del fin se acercaba. El extraño sujeto comenzó a caminar detrás el muchacho, siguiéndolo desde una distancia prudente, fundiéndose en las tinieblas cada que este volteaba, movido por esa incómoda sensación de que alguien te observa, mezclada con un miedo sin nombre que le recorría cada arteria de su cuerpo.
La Luna se ocultó unos instantes, la oscuridad lo cubrió todo. El muchacho se detuvo. La pálida figura también. El ladrido de los perros inundó el parque, extendiéndose sobre los árboles, espantando a la lechuza que ya había devorado al ratón. Un inusual olor había llegado a sus narices, un olor a maldad, a muerte, a una muerte vieja.
Pero el chico continuó su camino, ignorando todas las señales. El miedo era demasiado para voltearse otra vez, sin saber con certeza con qué clase de criatura se encontrarían sus ojos mortales. La niebla se cernió aún más sobre el lugar, haciéndose más espesa, mas tenebrosa… más peligrosa para los hombres incautos que se aventuran dentro de ella. ¡Pobre de las almas que desconocen la maldad escondida en la oscuridad del mundo! Son espíritus ignorantes que terminan abandonando esta tierra sin conocer nada interesante sobre ella.
Y ese sería el triste final del desdichado joven, caminando solo en las tinieblas de la noche, rumbo a su casa, después de varias horas bebiendo con sus amigos en un bar. Ahora lo perseguía la extraña figura de negro, una entidad más antigua que lo más viejo de esa glamorosa ciudad, construida hace cien años en las costas pantanosas de la Florida.
Había dormido durante más de cien años allí, en aquel lugar, al cual arribó cuando solo constaba con un pequeño número de casas de madera, perteneciente a los más aventurados colonizadores del sur. Y desde entonces durmió, durmió año tras año, bajo tierra, durante todo un siglo, para despertar poco tiempo atrás y comenzar a fortalecerse en sus andanzas nocturnas, tras presas jóvenes y frescas que lo ayudarían a sanar las cicatrices producidas por la Madre Tierra y el pasar del tiempo. ¡Sí, pronto volvería a ser joven otra vez!
Una sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa macabra digna del más temible de los demonios. ¡Ha, cuanta maldad dormida, desperdiciada en aquel sepulcro de arena y gusanos hambrientos! Pero ya no más. Había regresado, estaba otra vez de vuelta, como una espina venenosa que no se puede sacar, adherida al mundo desde tiempos inmemoriales.
El muchacho continuó su camino, apresurando el paso, y entonces por fin lo vio, vio la pálida figura que cubría su rostro con un sombrero gacho, ocultando su mirada. Y la figura lo vio a él, y olfateó su miedo, su terror a la muerte. Pero la muerte ya había alzado su guadaña, ya había jugado a los dados con los diablos por ver quien se quedaba con el alma. La suerte estaba echada. Era el fin.
La luz de una farola logró sacar un suspiro de la garganta del muchacho, por fin luz, por fin un poco de esperanza. Sin embargo, ese día de fiestas aquellas calles aledañas se encontraban vacías, a excepción de esos animales nocturnos que se arrastran bajo nuestros pies. Pero tampoco estos asomaron sus cabezas por allí, pues las gotas de lluvia comenzaron a caer como un diluvio, sumiendo todo otra vez en la oscuridad, incluida la enorme Luna redonda, ahora escondida tras las nubes negras. La esperanza desapareció.
Pero el muchacho sacó el paraguas de su mochila, siempre lo llevaba consigo en aquella época del año, cuando el clima era tan inestable. Pero la entidad adoraba aquel sitio tropical, en donde de la noche a la mañana el tiempo variaba con mucha facilidad. Antaño fue solo un pantano bajo el dominio de los cocodrilos, de los cuales se alimentó en más de una ocasión, ahora era una metrópolis llena de vida, de luces, de sangre deliciosa.
Empinando el paraguas hacia delante para evitar el agua movida por el viento frío proveniente del sur, el chico continuó su camino, apresurándose aún más, pues los pasos a su espalda le avisaron que aquel sujeto vestido de negro estaba otra vez detrás de él. Sin embargo, la prudente distancia lo desconcertaba. ¿Acaso estaría jugando? ¿Acaso sería una simple broma para asustarlo? Pero no, aquellos ojos azules parecían tan traicioneros como el mar embravecido por la fuerza del huracán, iluminados a la luz de los relámpagos.
Su corazón comenzó a latir con más fuerza, la sangre empezó a moverse con más rapidez en el interior de su cuerpo, y la pálida figura supo que era momento para dejarse de juegos, su presa se estaba tornando demasiado deliciosa como para continuar retrasando el momento.
Apresuró el paso, movido por un antiquísimo instinto de los que son como él. El muchacho hizo lo mismo, pero sus pies temblaban, el pecho le quería explotar.
Los perros comenzaron a ladrar otra vez, aquel olor a nada inapreciable para los humanos, inquietaba sus olfatos de una terrible manera. Ellos lo vieron, la personificación de la muerte moviéndose sobre dos piernas, cubierta de prendas negras, y en vez de guadaña, dos colmillos brillaban escondidos tras sus labios. Su cabello oscuro, sobresaliendo bajo el sombrero, parecía reflejar la escasa luz existente debido a la lluvia, y su rostro firme y blanco como una estatua, lo asemejaba más a un muerto que a cualquier otra cosa.
El chico se volteó, una mano famélica lo había agarrado por el hombro.
Aquella mirada sombría y al mismo tiempo repleta de luz lo dejó petrificado, sin voluntad ni siquiera para correr. Pero fueron aquellos pequeños y filosos colmillos blancos, sobresaliendo de su boca, lo que lo hizo aceptar su invariable final
« Un vampiro »fueron los últimos pensamientos de la víctima, mientras el paraguas caía al suelo, envuelto en una lluvia de sangre.
El vampiro lo dejó caer elegantemente al pavimento, mientras se limpiaba la sangre de sus labios con un fino pañuelo de encaje. A continuación, dejó caer una rosa.
— Una ofrenda para los muertos —dijo y desapareció…


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Escribí este cuento hace algún tiempo, y me gustaría compartirlo. Tengo escritos otros cuentos y relatos de misterio y terror, los cuales uní en un libro llamado Detrás de la Penumbra, el cual publiqué hace poco en Bubok.
Esta es la dirección: http://www.bubok.com/libros/170846/Detras-de-la-Penumbra